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Los gatos no suele plantear problemas. Puede ocurrir, no obstante, que observemos perturbaciones en el estado sanitario del animal. Los exámenes preventivos permiten evitar que determinadas enfermedades lleguen a declararse y atajar otras a tiempo. Cualquier propietario debería adoptar la costumbre de comprobar personalmente la salud de su gato al menos una vez al mes. Para ello no es necesario acudir al veterinario, a no ser que el animal presente trastornos graves.

Procederemos al examen siguiendo un orden concreto. En primer lugar observaremos el aspecto general del pelaje: ¿está bonito y brillante o, por el contrario, presenta un aspecto triste y sin brillo? En las razas de pelo corto, un pelaje erizado es síntoma de algún problema de salud.

A continuación nos detendremos en los ojos. El ojo no debe estar apagado, turbio o excesivamente amarillento, ni presentar derrames.

Más tarde, procederemos a verificar que el gato no tiene mal aliento y que la mucosa bucal no presenta una coloración amarillenta.

En la cabeza, por último examinaremos las orejas con el fin de descubrir cualquier signo de inflamación. Las orejas han de estar perfectamente limpias, sin exceso de cerumen, posible síntoma de la presencia de ácaros.

Pasaremos después a examinar las garras, comprobando que no están dañadas y que no se incrustan en la carne.

El aspecto del ano es también muy significativo: un ano rojo puede indicar la presencia de parásitos internos. También comprobaremos el color y la concentración de la orina en la heces. Mediremos además, a intervalos regulares en la medida de lo posible, la respiración, el pulso y la temperatura del animal en reposo; cualquier irregularidad en estos valores puede indicar trastornos de salud. Un gato sano respira aproximadamente treinta veces por minuto, tiene de cien a ciento cuarenta pulsaciones por minuto y su temperatura oscila entre 38,5 y 39°.

La higiene del gato y la limpieza de su entorno constituyen dos importantes medidas preventivas. No debemos olvidar varias operaciones de desinfección, entre ellas el lavado y la limpieza a conciencia de todos los objetos que desempeñan un papel importante en la vida del animal. Suele recurrirse para ello a toda una serie de desinfectantes, como las cloraminas, inofensivas para el gato. Por el contrario, sustancias desinfectantes como el fenol, la acetona, el lisol, la naftalina o la creosota son muy nocivas; provocan envenenamientos, eczemas y diversos trastornos nerviosos. Deberemos, por tanto, preservar al animal de cualquier contacto con estos productos o con otras muchas sustancias de uso común, como los insecticidas, herbicidas o abonos empleados en el cultivo de plantas de interior.

Toda una serie de síntomas nos permiten detectar rápidamente la presencia de una enfermedad en nuestro gato. Algunos síntomas son claramente perceptibles, sobre todo para alguien que conoce bien a su animal y que controla regularmente su salud. La mayor parte de las enfermedades se manifiestan ante todo por una modificación de la temperatura; cualquier descenso o elevación que sobrepase los límites habituales traduce la presencia de una infección. La temperatura del gato se toma bien introduciéndole un termómetro en el ano, o bien auricularmente (con los termómetros destinado a tal efecto). Existen otros síntomas de enfermedad: el consumo excesivo de líquido, los vómitos, la salivación excesiva, la falta de apetito, la hinchazón del vientre, la diarrea, el estreñimiento, la presencia de sangre en la orina, el mal aliento o el lagrime abundante, entre otros.

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