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Investigadores americanos se plantearon la siguiente cuestión: si un gatito recién nacido cae accidentalmente fuera del nido, o bien se aparta por cualquier motivo y se aleja de sus hermanos, ¿debe necesariamente esperar la intervención de la madre, o tiene la capacidad de encontrar el camino de vuelta a casa? La pregunta es interesante si imaginamos a un gatito en plena naturaleza, donde el territorio es amplísimo y no hay intervenciones humanas que puedan influenciar el resultado del comportamiento de los animales.

Los experimentos han aclarado ante todo que en las primeras fases de su vida los gatitos basan muchas de sus acciones en los estímulos aportados por los olores. De hecho, si se les coloca en un ambiente desconocido mientras todavía tienen los ojos cerrados, muestran un estado elevadísimo de estrés. Si, en cambio, se les pone en el lugar donde fueron paridos (y que, por tanto, exhala su olor), o cerca de éste, el estado de agitación disminuye inmediatamente. Además, tienen tendencia a dirigirse al lugar que está más fuertemente impregnado del olor de la madre o del suyo propio.

Durante los experimentos se observó que no había nada de casual o arbitrario en su comportamiento. Estando ausente la madre, se cogían unos gatitos de cinco días de vida y se les colocaba en el ángulo de una jaula opuesto al ángulo donde habitualmente reposaban junto a la madre. Enseguida comenzaban a moverse, tanteando con la cabeza a un lado y a otro, olfateando el suelo. Una vez rastreado el “ángulo de casa”, los gatitos se dirigían derechos hacia allí. Una vez llegaban a esa meta levantaban de pronto el rabo y se tranquilizaban, comportamiento que indicaba una reacción precisa a un estímulo representado, en este caso, por la concentración más intensa de olores tranquilizadores.

Los resultados de estos experimentos se confirmaron en un estudio posterior. Cuando se lavaba el “ángulo de casa”, los gatitos, puestos de nuevo frente al problema de dar con él, se dirigían decididos hacia allí tras el rastreo previo, pero al llegar se alejaban bruscamente porque el lugar no estaba impregnado de los olores conocidos con la intensidad suficiente. Su agitación no disminuía y presentaban síntomas de desorientación. Es claro, pues, que en las primeras fases de vida la orientación se basa en los estímulos olfativos.

Cuando los ojos de los gatitos se abren, la vista pasa a jugar un papel suplementario con respecto al olfato, adquiriendo progresivamente más importancia, si bien el olfato continúa siendo complementario respecto de la capacidad de volver a casa. Se ha observado, en efecto, que gatitos de tres semanas, sometidos a unos experimentos análogos a los descritos, pasan del 92 al 50% de aciertos a la hora de alcanzar la meta si se les remueven los estímulos olfativos.

En el ámbito de la naturaleza, el olfato y la vista del gatito tienen la función de hacer al pequeño capaz de volver a la guarida y de permanecer allí en ausencia de la madre. Estos rasgos han sido privilegiados en el gato porque le otorgan la ventaja de no perder el contacto con la madre. Ella es el primer compañero social de todo individuo ya que, aparte de representar la fuente alimenticia esencial, favorece las circunstancias para el único contexto adaptado a un desarrollo idóneo del pequeño. Los hermanos también son, junto a la madre, los primeros compañeros sociales del gatito, pero no resultan, como ella, imprescindibles.

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